Por: Elián Zidán
El lunes llegué al tercer piso y me despedí de una década de gran aprendizaje y crecimiento. Los 20 fueron mejores de lo que me hubiera imaginado cuando era niño y adolescente. En esta década, terminé la universidad, comencé a trabajar en lo que me apasiona, me mudé de estado, conocí al amor de mi vida y me casé.
Diez años se dicen fácil, pero en realidad pasan muchas cosas. Una década no solo marca el paso de una generación, sino que nos recuerda que, aunque todo evoluciona, lo único que no cambia es el paso del tiempo.
Recuerdo que cuando cumplí 20 ansiaba que el año pasara rápido para poder salir de fiesta con mis amigos de la universidad. Ahora, quiero que el tiempo no pase tan rápido para seguir disfrutando de esta vida que me gusta tanto.
Desde niño decía que la mejor etapa del ser humano era a los 30, porque estabas joven, tenías un mejor puesto, un mejor sueldo y mucha más experiencia que los de 20.
Sin embargo, creo que los 30 de ahora son los 20 de hace varios años, cuando la gente se casaba, tenía hijos, compraba una casa y todavía le alcanzaba para ir de vacaciones.
En esta era en la que me tocó llegar a los 30, siento que todo va más rápido debido a la inmediatez a la que ya estamos tan acostumbrados.
Es por eso que me he hecho el propósito de bajar la revolución en ciertos momentos, para ver detalladamente lo que pasa frente a mí y agradecer por las cosas más simples de la vida.
Mi idea de cuando llegara a los 30 era tener una fiesta masiva al estilo de Great Gatsby, pero la vida, 10 años después, se encargó de enseñarme que mi celebración sería muy distinta a como la imaginaba.
Mi mejor plan, y el que más disfruté, fue ir al cine y a cenar con mi esposa. Fue como un déjà vu, porque recordé cuando era niño y ese era el plan favorito de mis papás.
Ahora, con todo lo que la vida me ha enseñado, entiendo mucho más a mis papás y les agradezco por todo lo que hicieron por mi hermano y por mí.
Creo, sin lugar a dudas, que esta nueva década, a la que estoy entrando, estará llena de retos pero también de satisfacciones. Aquí entro como adulto para hacerme aún más adulto, a diferencia de cuando ingresé hace 10 años al segundo piso.
Cumplir años, para mí, es como un edificio con un elevador. Cada año es un piso, y durante esos 365 días que estamos en dicha planta, aprendemos, crecemos y nos seguimos forjando para llegar a la meta. Para algunas personas, su edificio cuenta con pocas plantas, y para otros, parece que aún había muchos más pisos por explorar.
Es por ello que, mientras tengamos vida y el ascensor siga subiendo, debemos aprovechar cada instante al máximo, aunque suene a una frase hecha.
Cumplir 30 es más que un número; es un recordatorio de que cada etapa de la vida nos deja enseñanzas valiosas. Ahora, más que nunca, aprecio el presente y los pequeños momentos que realmente importan. En este nuevo "piso", sigo aprendiendo y agradeciendo cada paso del camino, sabiendo que lo importante no es solo lo que logramos, sino cómo vivimos cada día.
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